ORIGEN Y SITUACIÓN

En la Cuenca de el siglo XV aparece ya con nombre propio el barrio de “Las Ollerias”, donde se ubican los alfares de la ciudad.

Regulado en el “Fuero de Cuenca” por el Rey Alfonso VIII el oficio del “ollero”, aquellos artesanos del barro con horno y obrador, que elaboraban los “cacharros” a mano utilizando el torno y luego cocían en horno de leña, y que convivieron en el suburbio de S. Antón con las gentes del mundo rural.

La riqueza y variedad de esta rama artesanal conoció momentos de verdadero esplendor hasta el S. XVIII, como cuenta Muñoz y Soliva en 1.781:

“ … En Cuenca había más de 42 fábricas de alfa-hareria, de vidriado y barro ordinario y 3 de loza algo más fina… ”.

La artesanía del barro arraigó profundamente en esta ciudad alcanzando niveles destacables, como dice el estudioso Emili Sempere en su libro “Ruta de Los Alfares” (1982):

“… La alfarería conquense ha sido sin duda una de las más importantes de la península, tanto por su formas únicas como por la calidad de las arcillas, que las hace inconfundibles ..”.

De todos estos alfares tan solo queda en la actualidad, no solo en Cuenca sino probablemente en toda España, el de Pedro Mercedes, ubicado en la hoy denominada Avda. de Los Alfares, junto al río Júcar de donde se proveían de agua y a las faldas del cerro de “La Majestad” que los cubría de los de vientos y suministraba leña para su hornos.

En excavaciones realizadas en el citado alfar en verano del año 2014, se han encontrado restos arqueológicos, que permiten datar su origen de finales del S. XV, habiendo dedicado además en todos estos años, única y exclusivamente a la actividad de la alfarería.

DESCRIPCIÓN

El alfar de Pedro Mercedes tiene mucho de santuario, de lugar de iniciación, donde ha dejado plasmados sus anhelos y la evolución de su proceso creativo.

Desde el patio central, donde se ponían las piezas a secar en verano, en antiquísima cerámica policromada de oficio, las imágenes de Santa Justa y Rufina, patronas de la alfarería, coronan la puerta de entrada, y como custodiando esta, rascados en yeso por Pedro Mercedes, los borriquillos que sirvieron para acarrear las tierras, la primera de las tareas de todo alfarero.

Se entra al alfar propiamente dicho, que consta de una gran sala-obrador en la que figuran los mismos dos tornos tradicionales de siempre, en los que los alfareros sentados sobre un banco, hacían girar la “rueda” mediante un movimiento del pie, lo que le trasmite a la parte superior o “cabezuela” donde está colocada la “pella” de barro, el movimiento rotatorio que el alfarero necesita para realizar su trabajo con las manos siempre mojadas.

Se percibe un olor característico, como decía Pedro Mercedes:

«…A MI ME HUELE A BARRO, A CREACIÓN A VIDA …».

Tras los tornos, otro mural a modo del altar con un jinete ibérico armado con arco y rodeado de sus perro que caza un jabalí.

Frente a ellos la vieja mesa y silla, con los instrumentos con los que Pedro Mercedes tanto ha creado, iluminado desde la ventana por la fuerza de un guerrero ancestral que caza al animal primigenio, al toro prehistórico.

«…EN ESTE ALFAR CREO QUE EXISTE UN DUENDE Y ESE DUENDE TIENE CIERTA CONVERSACIÓN CONMIGO, AUNQUE SEA EN LA IMAGINACIÓN. NUNCA ME ENCUENTRO SOLO, SIEMPRE HAY ALGO O ‘ALGUIEN’ QUE ME ACOMPAÑA…».

Dentro de esta sala se encuentra la “sobadera” donde cada alfarero amasaba o “sobaba” cuidadosamente, a fuerza de manos y brazos, el trozo de barro o” pella” para darle la dureza necesaria y que previamente había sacado del almacén.

A la zona de bañado y secado se llevaban las piezas desde el torno, en espera de que estuviesen en condiciones de ser decoradas, con cuidado de que no sufriesen corrientes de aire.

“… TODO CACHARRO NECESITA UN TIEMPO PARA OREARSE A SU AMOR…”

Existe otra sala en la que se colocaban las piezas ya decoradas en espera de su cocción.

A la cámara secreta o “cella” del alfar se accede cruzando un dintel bajo otro relieve en el que varias madres juegan amorosas con sus hijos.

Este espacio dedicado a exposición, aparece presidido por otro mural, realizado en la pared frontal en forma de arco dentro de la cual, un pastor cuida amorosamente de su rebaño de ovejas, que se dejan acariciar.

En la pared lateral, Pedro Mercedes ha plasmado el tema de la concordia con un nuevo mural en donde un ciervo parece doblarse sobre si mismo para acariciar a un perro.

EL HORNO

El horno “morisco” cuenta también con más de 400 años de antigüedad y salvo su estrechamiento de paredes, pocas son las modificaciones sufridas a lo largo de su historia.

Cuidadosamente excavado en el lugar idóneo, para evitar cualquier corriente de aire, es un gran pozo de adobe de 2,5 metros de diámetro por 2 de alto.

La conducción al horno de las piezas crudas es un rito, cada una debe ser tratada con sumo amor y colocada dentro de un recipiente o caja, para que no resulte ‘pegada’ con la de al lado.

Desde la caldera el fuego sube hasta el horno por unas troneras practicadas en la base.

Las piezas se colocaban en la parte superior formando pisos y ordenadas por tamaños, siempre muy juntas para aprovechar el espacio, pero sin tocarse. Se cierra con trozos de piezas rotas o “casquetes”. El proceso de cocción duraba 2 noches con el día de en medio.

El “temple”, cuya misión era secar los cacharros, comenzaba a la tarde de él día elegido, con varias pequeñas hogueras de llama baja y moderada , que hay que hacer crecer de forma muy lenta pero constante.

«…ESE RUIDO DEL BARRO COCIÉNDOSE, HAY QUE SENTIRLO, ESCUCHARLO, ES CUANDO EL BARRO LLORA POR EL ALFARERO, LA TIERRA LLORA POR TI…».

Al segundo atardecer, se inicia la faena de las “caldas”, cada media hora hay que elevar poco a poco la temperatura, siempre tratando de conseguir llamas intensas y regulares, hasta que al amanecer siguiente el humo se ha transformado casi blanco.

» … EL COCER UN HORNO COMO EL MIO ES UNA VERDADERA FELICIDAD, ES UN ENCANTO VER LA LLAMA. LA CALDERA PASA POR VARIOS COLORES, OSCURO, LIMÓN, MÁS AMARILLO, BLANCO. LAS LLAMAS QUE SALEN POR LA BOCA COMO SI FUERA UN DRAGÓN QUE QUIERA ATRAPAR AL QUE HA CAUTIVADO AL FUEGO DENTRO DEL HORNO. DESPUÉS CUANDO SE DECANTAN LAS CALDAS, ABAJO, ES UNA BELLEZA INCOMPARABLE, COMO SI DE UN TESORO SE TRATARA…».

Y luego aún hay que dejar pasar tres días para que le horno se haya enfriado y poder sacar las piezas, con la incertidumbre de todo proceso artesanal, en definitiva a esperar la hora de la verdad.

“..DURANTE ESTOS DÍAS NO TENÍAS SED, NI HAMBRE, NI SUEÑO, SIEMPRE A LA BOCA DEL HORNO Y CUANDO LO TAPABAS LE DECÍAS AL SUPREMO ALFARERO: AHÍ ESTA LA OBRA DE TODO EL AÑO, QUE SALGA LO QUE YO HE HECHO, PERO ÉCHANOS UNA MANO…”.

De esta forma se han conjugado los cuatro elementos básicos: tierra, agua, aire y fuego, para darle al arte de Pedro Mercedes el definitivo soplo celestial.